Dos farsantes para un santo
Hoy Emilio debía presentar los dos testigos de su virtuosa existencia en sociedad en Tribunales. Nosotros nos encontramos en el metro (yo llegué con mi debido atraso) y partimos a encontrarnos con Juan Pablo que oficiaría de testigo-repuesto ante el chasco de Félix.
De recepción tuvimos el inicio de una protesta del PC... se estaban agrupando.
Tras unos minutos de espera llegó Juan Pablo con su figura que se encumbra por sobre un siniestro metro ochenta, pero que debido a su delgadez pareciera acrecentarse. Enfundado en un impermeable negro y dotado de una incipiente pero amenazadora barba, no hacía más que enrostrarnos que los años han pasado y no han dibujado precisamente la marina que pudiéramos haber esperado ver.
Entramos a la sala concientes de que nos haríamos parte de un acto indebido. De que ese trance aumentaría la cantidad de personas relacionadas con la justicia y de calidad moral censurable. Que con ello debíamos bajar la cabeza y callar al momento de sentirnos motivados a despotricar contra la Ley.
Pero se trataba de un amigo, ello justifica el armar esta farsa.
Así pues, ingresamos tapando con una chapa de jovialidad el ilícito que montaríamos y unidos por un tácito pacto daríamos fe de que Emilio jamás se ha descarriado, de que es incapaz de obrar de manera indebida , que jamás ha sido parte de actos reprochables y que su estado moral es inalcanzable por las máculas que la humanidad actualmente propone llevar.
Emilio para nosotros esta por sobre ello, se yergue por sobre el común de los ciudadanos e incluso despreciando esa mediocre calidad (pues no está inscrito) para alcanzar el máximo nivel de iluminación que lo convierte en metahumano.
Así que de una buena vez firmamos ese sacro documento con un ojo en un papel y con otro el la puerta de salida en caso de que se nos obligase a hacer un habeas corpus con el polígrafo.
Fue una experiencia kármica, extrasensorial y por qué no decirlo, religiosa... casi como Canonizar a Pelao.
Tras eso fuimos por un onanista... perdón, opíparo desayuno en Mc Donalds. Allí hablamos un rato y nos disgregamos pronto. Juan Pablo debía ir a la pega y Pelao tenía que acicalarse para la orgía que la Corporación le había preparado y a la cual claramente no estábamos invitados.
Ojalá que se le peguen clamidias por coger y beber en medio de expedientes. Amén.
De recepción tuvimos el inicio de una protesta del PC... se estaban agrupando.
Tras unos minutos de espera llegó Juan Pablo con su figura que se encumbra por sobre un siniestro metro ochenta, pero que debido a su delgadez pareciera acrecentarse. Enfundado en un impermeable negro y dotado de una incipiente pero amenazadora barba, no hacía más que enrostrarnos que los años han pasado y no han dibujado precisamente la marina que pudiéramos haber esperado ver.
Entramos a la sala concientes de que nos haríamos parte de un acto indebido. De que ese trance aumentaría la cantidad de personas relacionadas con la justicia y de calidad moral censurable. Que con ello debíamos bajar la cabeza y callar al momento de sentirnos motivados a despotricar contra la Ley.
Pero se trataba de un amigo, ello justifica el armar esta farsa.
Así pues, ingresamos tapando con una chapa de jovialidad el ilícito que montaríamos y unidos por un tácito pacto daríamos fe de que Emilio jamás se ha descarriado, de que es incapaz de obrar de manera indebida , que jamás ha sido parte de actos reprochables y que su estado moral es inalcanzable por las máculas que la humanidad actualmente propone llevar.
Emilio para nosotros esta por sobre ello, se yergue por sobre el común de los ciudadanos e incluso despreciando esa mediocre calidad (pues no está inscrito) para alcanzar el máximo nivel de iluminación que lo convierte en metahumano.
Así que de una buena vez firmamos ese sacro documento con un ojo en un papel y con otro el la puerta de salida en caso de que se nos obligase a hacer un habeas corpus con el polígrafo.
Fue una experiencia kármica, extrasensorial y por qué no decirlo, religiosa... casi como Canonizar a Pelao.
Tras eso fuimos por un onanista... perdón, opíparo desayuno en Mc Donalds. Allí hablamos un rato y nos disgregamos pronto. Juan Pablo debía ir a la pega y Pelao tenía que acicalarse para la orgía que la Corporación le había preparado y a la cual claramente no estábamos invitados.
Ojalá que se le peguen clamidias por coger y beber en medio de expedientes. Amén.